Jonathan Demme ha tocado diversos géneros a lo largo de su carrera, y si bien sus dos películas más “redondas”, pueden haber sido “El silencio de los corderos” (1990), y “Philadelphia” (1993), este artesano del cine también nos ha ofrecido otros títulos de gran dignidad.
De sus primeros tiempos, destacaría la estupenda “El eslabón del Niágara” (1979), protagonizada por un siempre convincente Roy Scheider, y en una línea, que aguantaría muy bien, comparaciones con el cine de Hitchcock.
En la década de los 80, en el campo de la comedia, realizó dos títulos muy apreciables: “Algo salvaje” (1986), con Melanie Griffith, y “Casada con todos” (1988), una delirante y deliciosa parodia mafiosa, con una maravillosa Michelle Pfeiffer. Y ya más cercana, en 2004, nos ofreció su versión de “El mensajero del miedo” (“The Manchurian Candidate”), que si bien no logró superar a su antecesora del año 1962, dirigida por John Frankenheimer, la dotó de una calidad que la hizo aguantar bien su categoría de remake.
Si “La boda de Rachel” no hubiera estado dirigida por Demme, probablemente no me hubiera molestado en desplazarme a una sala de cine para verla, y hubiera esperado a su lanzamiento en DVD, o a que la pasaran por alguno de los canales digitales, pero su firma me la ha hecho atractiva.
El guión de este intimista film se debe a la hija de Sidney Lumet, Jenny Lumet, y nos narra el regreso al hogar de Kym (Anne Hathaway), para asistir a la boda de su hermana Rachel, que siempre ha vivido con los padres de ambas.
Kym es la oveja negra de la familia, (en ese momento reside en un centro psiquiátrico en el que recibe un complejo tratamiento de rehabilitación para desengancharse de las drogas), desligada desde hace tiempo de ella, y ella será el revulsivo que llevará a esa familia aparentemente normal y feliz, a sacar sus esqueletos del armario. En esos dos días de preparación de la boda, iremos conociendo sus miserias ocultas. Un padre sobreprotector, una madre que pasa de todo (interpretada por la recuperada para el cine Debra Winger), y una tragedia ocurrida hace tiempo, la muerte del hermano menor en un accidente, que nadie ha superado.
El planteamiento no sonará a nadie a nuevo, y recordará a Robert Altman y su película “Un día de boda”, o a otras que nos han contado reuniones familiares en las que siempre se acaban sacando los trapos sucios de los protagonistas, pero se puede contar una vieja historia de forma diferente, y parecer nueva. Y es en parte lo que ocurre con “La boda de Rachel”, que contiene un poco de todo lo bueno que Demme ha ido aportando a través de su filmografía, y que construye algo convincente en lo que puedes integrarte desde el principio. Los personajes tienen alma, la desnudan sin pudor, con fuerza, y nos hacen partícipes de sus miserias y su mala conciencia. En este retrato mordaz y descarnado, no siempre planteado desde la perspectiva dramática (contiene momentos que se pueden calificar de hilarantes), hay cabida para la reconciliación y la esperanza, para la amistad y el cariño, aunque el precio que se haya tenido que pagar por ello sea muy alto.
Sus visos de cine independiente, y rodada casi como un reportaje, son otros de los atractivos de la película, que, unidos a unas buenas interpretaciones, en las que destaca la protagonista, Hathaway, que ha sabido dotar a su personaje de la rebelde y maleada Kym, del punto necesario de credibilidad, consiguiendo hacer también creíbles al resto de los personajes, y al ambiente en el que se mueven.
En todo este bien hilvanado entramado, hay algo que echa por tierra la que podía haber sido una calificación “redonda” del film: Una alargada secuencia, en donde los discursos a cargo de familiares y amigos en la noche previa a la boda, tan sólo aportan un cierto tedio al espectador, que se ve apartado bruscamente de la verdadera trama.
Disfrutaremos de una larga secuencia musical en la que podremos ver a Sister Carol, Cyro Baptista, Robyn Hitchcock, y hasta al propio hijo de Demme, guitarra eléctrica en ristre.
Quizás no sea lo mejor que Jonathan Demme nos ha ofrecido en estos años, pero mantiene la frescura y dignidad de la mayoría de sus films.
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